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Individual y socialmente vivimos en una historia que reconstruimos y nos reconstruye sin descanso.

Nuestras percepciones, pensamientos, emociones y acciones se nutren de y nutren esa historia, vivida en el misterioso espacio de la conciencia.

El objetivo de esa historia no es la veracidad, el ajuste estricto a lo que, realmente, sucede, sino la funcionalidad, la contribución a la supervivencia física y social del individuo. Integra realidad e imaginación, hechos, temores y deseos. Intenta aportar un hábitat coherente que explica y justifica el universo consciente.

La historia es una función orgánica como cualquier otra.

Contiene una homeostasis, un equilibrio estable, unos límites que enmarcan el universo que el individuo puede tolerar, en cada momento, lugar y circunstancia.

Cada escenario, cada acción del individuo, consciente o inconsciente, contiene una historia, una evaluación anticipada (creencias y expectativas) sobre la interacción del organismo con el entorno.

El simple hecho de estar sentado está historiado. Lo que sintamos en ese momento surgirá de la historia específica vigente para esa acción.

El organismo real, pasado, presente y futuro, integra dinámicamente realidad e imaginación.

En ocasiones la realidad no es saludable. Un traumatismo, una infección, una quemadura, un desgarro o distensión, irrumpen en la historia y la condicionan, la obligan a incluir en el relato un hecho relevante. Previsiblemente el individuo percibirá dolor, con sus componentes sensorial, emocional, cognitivo y conductual.

Otras veces la historia imaginada, las creencias y expectativas, los temores y deseos, la incertidumbre, se expresarán en la conciencia como si, realmente, estuviera sucediendo lo que se teme. El individuo sentirá dolor, con todos los componentes (sensorial, afectivo, cognitivo y conductual) que la historia solicita.

Si esa historia imaginada no concuerda con la realidad, si el dolor no sigue a un evento que lo explique y justifique, el individuo padecerá innecesariamente las consecuencias de un error evaluativo.

El individuo recibe el sentimiento doloroso lumbar en la conciencia aun cuando nada amenace la integridad física de los tejidos de la zona.

La historia errónea no es saludable, aun cuando el organismo sí lo sea. No sólo mortifica e invalida al individuo sino que somete a la zona implicada a una carga innecesaria, que a largo plazo, puede acabar amenazando su integridad.

El fisio debe ocuparse tanto del organismo real como del imaginado. Debe velar por la salud de ambos. Si observa una condición real que afecta a la salud actual o futura de los tejidos debe intentar modificarla. Si descarta esa condición, debe considerar el componente evaluativo erróneo y trabajar para hacerlo saludable, sensato, funcional.

Una historia saludable es aquella que gestiona la conciencia (percepciones, emociones, cogniciones, acciones) desde una evaluación razonable del pasado, presente y futuro del organismo.

Los profesionales sanitarios somos responsables de la historia que los ciudadanos construyen sobre el organismo opaco en el que residen.

La prevención no consiste en alarmar innecesariamente, inducir a creer la historia catastrofista que la cultura experta promueve.

La educación en hábitos saludables incluye la promoción de una historia saludable, sensata, permisiva, prudente, promotora de la actividad, del juego exploratorio, de la adaptación a una banda ancha conductual, una vez se han descartado las condiciones patológicas que explican y justifican el dolor.

Los fisios pueden trabajar la historia. Devolverle al ámbito de la salud o cronificar el error evaluativo, la dependencia de todos los rituales “terapéuticos” establecidos a lo largo del aprendizaje, de la construcción de esa historia que habitamos.

La historia clínica sigue siendo la intervención de más calado. El encuentro entre el paciente y el profesional es clave en la construcción de la historia. El paciente vive una historia clínica. El profesional debe conocerla y contrastarla con la suya para ofrecer la oportunidad de sanearla, pero para ello tiene que actualizar (sanear) la historia que ha aprendido a utilizar para explicar los síntomas, la historia en la que vive profesionalmente.


¿Aparato locomotor, movimiento...?

Por supuesto... pero con historia, real e imaginada.

Ilustrado por: Bernardo González

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